Poema de Eärendil
Eärendil era un marino
que en Arvernien se demoró;
y un bote hizo en Nimrethel
de madera de árboles caídos;
tejió las velas de hermosa plata,
y los faroles fueron de plata,
el mascarón de proa era un cisne
y había luz en las banderas.
De una panoplia de antiguos reyes
obtuvo anillos encadenados,
un escudo con letras únicas
para evitar desgracias y heridas,
un arco de cuerno de dragón
y flechas de ébano tallado;
la cota de malla era de plata
y la vaina de piedra calcedonia,
de acero la espada infatigable
y el casco alto de adamato;
llevaba en la cimera una pluma de águila,
y sobre el pecho una esmeralda.
Bajo la luna y las estrellas
erró alejándose del norte,
extraviándose en sendas encantadas
más allá de los días de tierras mortales.
De los chirridos del Hielo Apretado,
donde las sombras yacen en colinas heladas,
de los calores infernales y del ardor de los desiertos
huyó deprisa, y errando todavía
por aguas sin estrellas de allá lejos
llegó al fin al la Noche de la Nada,
y así pasó sin alcanzar a ver
la luz deseada, la orilla centelleante.
Los vientos de la cólera se alzaron arrastrándolo
y a ciegas escapó de la espuma
del este hacia el oeste, y de pronto
volvió rápidamente al país natal.
La alada Elwin vino entonces a él
y la llama se encendió en las tinieblas;
más clara que la luz del diamante
ardía el fuego encima del collar;
y en él puso el Samarilcoronándolo con una luz viviente;
Eärendil, intrépido, la frente en llamas,
viró la proa, y en aquella noche
del otro Mundo más allá del Mar
furiosa y libre se alzó una tormenta,
un viento poderoso en Termanel,
y como la potencia de la muerte
soplando y mordiendo arrastró el bote
por sitios que los mortales no frecuentan
y mares grises hace tiempo olvidados;
y así Eärendil pasó del este hacia el oeste.
Cruzando la Noche Eterna fue llevado
sobre las olas negras que corrían
por sombras y por costas inundadas
ya antes que los Días empezaran,
hasta que al fin en márgenes de perlas
donde las olas siempre espumosas
traen oro amarillo y joyas pálidas,
donde termina el mundo, oyó la música.
Vio la Montaña que se alzaba en silencio
donde el crepúsculo se tiende en las rodillas
de Valinor, y vio a Eldamar
muy lejos más allá de los mares.
Vagabundo escapado de la noche
llegó por último a un puerto blanco,
al hogar de los Elfos claro y verde,
de aire sutil; pálidas como el vidrio,
al pie de la colina de Ilmarin
resplandeciendo en un valle abrupto
las torres encendidas del Tirion
se reflejaban allí, en el Lago de las sombras.
Allí dejó la vida errante
y le enseñaron canciones,
los sabios le contaron maravillas de antaño,
y le llevaron arpas de oro.
De blanco élfico lo vistieron
y precedido por siete luces
fue hasta la oculta tierra abandonada
cruzando el Calacirian.
Al fin entró en los salones sin tiempo
donde brillando caen los años incontables,
y reina para siempre el Rey Antiguo
en la Montaña escarpada de Ilmarin;
palabras desconocidas se dijeron entonces
de la raza de los Hombres y de los Elfos,
le mostraron visiones del trasmundo
prohibidas para aquellos que allí viven.
Un nuevo barco para él construyeron
de sándalo y de vidrio élfico,
de proa brillante; ningún remo desnudo,
ninguna vela en el mástil de plata:
el Silmaril como linterna
y en la bandera un fuego vivo
puesto allí mismo por Elbereth,
y otorgándole alas inmortales
impuso a Eärendil un eterno destino:
navegar por los cielos sin orillas
detrás del Sol y la luz de la Luna.
De las altas colinas de Evereven
donde hay dulces manantiales de plata
las alas lo llevaron, como una luz errante,
más allá del Muro de la Montaña.
Del fin del mundo entonces se volvió
deseando encontrar otra vez
la luz del hogar; navegando entre sombras
y ardiendo como una estrella solitaria
fue por encima de las nieblas
como fuego distante delante del Sol,
maravilla que precede al crepúsculo
donde corren las aguas de Norlanda.
Y así pasó sobre la Tierra Media
y al fin oyó los llantos de dolor
de las mujeres y las vírgenes élficas
de los Tiempos Antiguos, de los días de antaño.
Pero un destino implacable pesaba sobre él:
hasta la desaparición de la Luna
pasar como una estrella en órbita
sin detenerse nunca en las orillas
donde habitaban los mortales, heraldo
de una misión que no conoce descanso
llevar allá lejos la claridad resplandeciente,
la luz flamígera de Oesternesse.
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